Se dice que luego de que
el pueblo de Israel recibiera los diez mandamientos, estos –El pueblo-, buscando
ser más específico y claro frente a las normas que los regirían se dio a la
tarea de desglosarlos, explicitarlos al máximo, tanto, que resultaron siendo
aproximadamente 613 mandamientos, a saber, del hombre para con Dios, del Hombre
para con el hombre, de conocimiento, de justicia, de comercio y préstamos, de
tiempos, de familia y matrimonio, referente a los alimentos, a la idolatría y
hasta la guerra.
Normas, leyes y procedimientos que en vez de facilitar las
relaciones, el encuentro con Dios lo que
terminaron fue alejándolo cada vez más de un trato humano y ameno con la
divinidad.
Aquello que comenzó como un esfuerzo por afianzar las
relaciones con Dios y con los otros, terminó por convertirse en una herramienta
de juicio, exclusión y violencia.
Tal vez quienes idearon esta organización de las normas no
imaginaron nunca los alcances de perversión que dicho sistema traería para las vidas y las relaciones humanas… Tuvieron
que ser mentes muy brillantes acompañadas de un corazón duro las que buscaron
la manera de mercantilizar y sacar provecho de esta herencia recibida de sus
padres, autodenominándose dueños y poseedores de la moral colectiva de su tiempo
y manipulando la consciencia de los débiles y pecadores, confinándolos al
escarnio público y a vivir despojados de su dignidad de hijas e hijos de Dios.
Tal vez por un poco más que esto, es que Jesús, interpela a
sus discípulos de todos los tiempos diciendo: “Si no son mejores que los escribas y fariseos, no entrarán en el reino
de los cielos.” Porque el problema
de la moral escrupulosa de las normas y las leyes no es sólo el triste recuerdo
de algo que ya pasó, es para muchos sectores humanos, hoy día, una realidad
contemporánea como destructiva.
Pero Jesús nos supera en todo, él vio, como nosotros los
problemas, las carencias, las debilidades, las destrucciones y a los
destruidos, pero caminó más allá de la impresión y de la experiencia para
proponer como fundamento de las normas, nada menos que el amor. Sí, la única
fuerza capaz de transformar al mundo, de llenar verdaderamente de sentido la
vida de las personas y de justificar las leyes y las normas.
Esto es lo que nos debería diferenciar de los escribas y
fariseos del tiempo de Jesús, que no hacemos lo que Dios nos pide por miedo a
retaliaciones divinas, por miedo al infierno, por aparentar y por quedar bien
frente a quienes nos miran sino porque nos sentimos amados por el creador,
quien nos acompaña, nos perdona y nos ayuda, y por eso no tenemos ya más
remedio que amar a diestra y siniestra para ser eco de ese amor que Dios nos ha
dado primero.
¿Qué es lo que impulsa nuestro servicio social, profesional o
pastoral?
¿Qué es lo que nos motiva a vivir de una manera cabal,
sencilla, justa y honesta? ¿Qué es lo que anima nuestros comportamientos en la
casa, la calle, el trabajo, el estudio?
“Muéveme en fin tu amor, y
en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera
infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que
espero no esperara lo mismo que te quiero te quisiera.”
EQUIPO ORIENTACIÓN
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