Se va destiñendo el Evangelio,
ese que debía ser una buena noticia, novedad para cada momento de la historia.
No porque sea un libro mágico sino porque cuenta la historia apasionante de un
Dios que nos ama sin medida, que se hizo uno de nosotros, que comprende nuestra
condición y que desde ahí camina con nosotros en esta existencia cargada de
alegrías y tristezas.
Hemos leído doctrinal y
moralmente aquello que es vida y amor, hemos limitado el Evangelio a un
recetario de normas y comportamientos para quienes quieran agradar a Dios…
Un ejemplo de esto es la parábola
del sembrador que alguna vez el Maestro les contó a quienes caminaban con él.
Un ejemplo sencillo de un hombre que salió a sembrar y algunas semillas no
florecieron al caer en tierra seca, al calor, en el camino y entre espinos. Se
ha interpretado esta sencilla parábola en un marco moralista y doctrinal de
asumir verdades, de seguir dogmas porque, según decían, así lo quiso Dios.
Cuando nos acercamos al Maestro
un hombre libre, que rompió esquemas, porque amó sin medida, porque dio sentido
a la ley en cuanto comprendió que es válida sólo si es para cuidar y promover
la vida, porque oraba a Dios como Padre, porque estuvo cerca de aquellos que
necesitaban experimentar el amor de Dios podremos decir, sin temores, que la
parábola del sembrador no se trata de dogmas o verdades absolutas.
Es una parábola muy sencilla en
la que Jesús re-crea el proceso maravilloso de la vida que nace de la pequeñez
de una semilla. La vida que es el fruto del amor de Dios, que se nos da sin
pedirla, que nos llega en un tiempo y momento histórico no elegidos por
nosotros. La vida que es el tesoro más preciado en la creación, la vida de
cualquier miembro de la creación que merece ser valorada y respetada sin
importar su condición, estado o proceso en el que esté.
Cuenta la parábola que algunas
semillas de esta vida no florecieron, algunas ni alcanzaron a vislumbrar la
existencia por condiciones de calor, falta de abono o pisoteadas en el camino…
Dándonos así Jesús el marco para que la vida se de en plenitud: El Reino de
Dios.
El Reino de Dios que no es una
doctrina, una religión o una teoría sino el querer de Dios para todos sus hijos
e hijas. El Reino es el plan maravilloso del Padre para su creación. Plan que
tiene como primera y única norma el amor, amor de cruz que nos enseñó el
Maestro. El Reino se traduce en condiciones concretas para que la vida pueda
florecer en todo su esplendor: respeto por la vida, justicia, equidad, igualdad
de oportunidades, educación, salud de calidad,
vivienda, recreación, deporte, expresiones libres de fe en Aquel que nos ama
sin medida…
Dirán algunos que esto es
utópico, que se han hecho esfuerzos en la historia y han terminado fracasados
violentando la existencia… Pero es nuestro deber como cristianos, como
creyentes sumarnos al plan de Dios para su creación. De muchas maneras se ha
violentado la vida y se sigue violentando, urge que juntos (sin límites de
credos o ideas) nos unamos por construir sociedades más humanas en las que la
vida de cualquier ser pueda darse en plenitud sin ser truncada o detenida…
EQUIPO ORIENTACIÓN
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