No
la han tenido muy fácil las mujeres desde que a alguien se le ocurrió pensar,
decir y escribir que por una mujer le entró la desgracia al mundo. Es así como
desde Eva, la esposa de Adán hasta nuestros días, el género femenino ha tenido
que guerrearse su puesto en el mundo; el puesto que tal vez, algún machista,
algún misógino o algún despechado usurpó al interpretar y afirmar que Dios
quiso que el Hombre estuviera por encima de la Mujer desde siempre y para
siempre.
En
un mundo donde las personas y las instituciones excluyen al que se deje por
esto y por lo otro, es colmo y desventura que también se afirme que Dios es
excluyente y, en su nombre rechazar, vetar, juzgar y condenar sin justa causa.
“Pero eso es lo que dice la
Biblia.” “Eso es lo que nos han enseñado en esta iglesia y en esta otra.” “Eso
es lo que nos han enseñado nuestros padres.” “Eso es lo que hemos visto en
casa.” Dirán desde los más
conservadores hasta los más confundidos cuando les digamos que tanto la Mujer
como el Hombre fueron creados con la misma dignidad para disfrutar de los
mismos derechos y participar por igual en la construcción y transformación del
mundo y de la historia.
Hoy
tendremos que decir, tanto para los unos como para los otros, que, si se afirma
que la Mujer fue sacada de la costilla del Hombre no es para señalar que el
Hombre es superior a ella sino para recordarle que es carne de su carne, luego
también siente, piensa, sufre, goza, cree, sueña, trabaja y se cansa.
…Si
se afirma que fue la mujer quien sedujo –convenció- al débil de cerviz y
convicción de Adán, será para recordarnos a todos que tanto Hombres como
mujeres estamos expuestos a las mismas tentaciones, seducciones y debilidades,
y a errar tomando los caminos de la destrucción y de la muerte.
Y si aún quedan dudas sobre
la igualdad de derechos y libertades que existe entre los dos géneros no es
sino volver la mirada a las palabras y las acciones de Jesús frente a las
mujeres de su tiempo, y entre ellas las acontecidas en el relato Evangélico que
la Liturgia de la Iglesia propone para este domingo, en el cual nos encontramos
con la historia de dos mujeres: La primera que busca ser sanada por Jesús, pero
lo hace a través de un intermediario, Jairo, su padre, el Jefe de la sinagoga
quien es consciente del valor de la
mujer en la figura de su Hija, y por eso acude a Jesús para que la sane.
La
segunda, una mujer cansada no sólo de su enfermedad sino también de la
Exclusión a la que es sometida por esta
misma causa que, consciente de su dignidad y de su lugar en el mundo, busca la
sanación por iniciativa propia y sin intermediarios.
Al final
ambas mujeres se curan, se sanan. Se curan de sus males físicos y se sanan de
las heridas causadas por una sociedad que las excluye para seguir construyendo
su propia historia dentro de la historia común.
Hoy, como
hace veinte siglos, la mujer sigue siendo maltratada, rechazada, atropellada, utilizada, desvalorizada. La
cultura patriarcal, machista y misógina la ha subvalorado así como ha
depreciado sus capacidades, sus valores, su potencial productivo,
administrativo y organizativo, reduciéndola a un mero accesorio de la vida del
Varón, a un objeto sexual que puede pasar de mano en mano, algo que hoy se
posee y mañana se tira o simplemente se tiene en cuenta por aspecto físico, y en
el más cruel de los casos por su capacidad reproductiva.
El
género masculino queda muy mal parado en la historia por ser el punto que
desata tal desigualdad e ignominia, sin embargo, “El opresor no sería tan
fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos.” Por lo tanto, es
tiempo de que las Mujeres sean las primeras abanderadas en la reivindicación de
sus derechos y que los Hombres seamos cada vez más capaces de valorarlas, así
como de apreciar su potencial intelectual, físico y humano en la construcción
de ese “otro mundo posible” desde la mirada de Jesús, que levanta, que sana,
que reivindica y que dignifica a toda mujer.