Maltratar,
burlarnos, hacer matoneo, señalar, juzgar, gritar, insultar, humillar, excluir,
robar, matar a nuestros semejantes,
caerle al caído es el camino más fácil, es lo que puede hacer cualquiera frente
a cada una de las realidades con las que nos topamos a diario. Es así como de
manera casi inconsciente justificamos el sufrimiento y la muerte de algunas
personas: “Es que son ladrones”, “es que son viciosos”, “es que son
homosexuales”, “es que son mujeres”, “es que son negros”, “es que son pobres”, “es
que son nerds”, “ es que son guerrilleros”, “es que son soldados”, “es que son
paracos”, “es que son de izquierda”, “Es que son de derecha”, “ es que son
ateos”, “es que son feos”, “es que son brutos”, “es que son ñeros”, “es que son indigentes”, y así nos pasamos la
vida…
En
contraste, porque el ser humano es volitivo y un ser de contrastes nos
encontramos con la contraparte: Personas que de manera casi inconsciente buscan
siempre el bienestar del otro, su felicidad, su seguridad, su salud, que se
conviertan, que tengan oportunidades, que tengan muchos años de vida, y
encausan todos sus esfuerzos por hacer realidad esta comprensión de la vida en
para cada uno de sus semejantes.
Ciertamente
en la inmensa mayoría de seres humanos coexisten las dos tendencias, entonces
habría que preguntarnos: ¿A cuál le hemos abierto más espacio en nuestra vida?
Para
responder el anterior cuestionamiento, el Evangelio de este domingo nos puede
ayudar a comprender mejor a aquellos que decimos ser creyentes y constructores
de ese tal Reino de Dios.
En
primer lugar ese Reino es semilla que da fruto por sí misma, y, ¿qué ha
sembrado Dios en nosotros? Cuando nacimos vinimos impecables, inspirábamos
ternura, unidad, bondad, éramos signo de alegría, de vida, de libertad, de amor,
de esperanza sólo por citar algunos ejemplos… De todo ello, ¿qué conservamos
hoy? Tal vez algo, tal vez todo, tal vez nada, sólo nosotros sabemos cuánto de
esto que Dios ha sembrado en nosotros ha germinado y ha dado fruto.
En
segundo lugar ese Reino es Semilla que crece y se hace albergue, guarida,
cambuche, casa, hogar, de tod@s aquell@s que quieran anidar sobre sus ramas, es
decir, el Reino es inclusión, bienvenida, acogida, apertura, abrazo…
A
manera de conclusión, el tal Reino de Dios no es exclusivo de algún lugar, no
se hace sólo en el Templo o en la oración o en la calle o en el trabajo o en el
colegio o en la casa; es en todas partes donde el creyente vaya llevando su
amor, su comprensión, su ternura, su voz defensora de los derechos de tod@s, su
abrazo fraterno, su acogida, su sonrisa, su franqueza, su bondad, su palabra,
escucha y acción liberadoras como semillas de “otro mundo posible”, de una
nueva humanidad.
“No
busquen la eternidad entre las cuatro paredes de una Iglesia, ni en la hipocresía
de la confesión; la verdadera eternidad está es allá afuera, está en las cosas
que somos capaces de hacer hoy, aquí, tal y como lo hizo Cristo, Él, que supo
caminar sobre las aguas turbulentas de la historia, y que nos regaló su vida
como un ejemplo de amor.”
EQUIPO ORIENTACIÓN
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