“Profe, ¿Por qué Dios no me escucha? Todos los días
le rezo por la salud de mi abuelito y él no lo cura”… Fueron las palabras de
una niña al terminar la clase un miércoles de esos cargados de mil cosas por
hacer y ocupaciones que se vieron relegadas a un segundo lugar, pues la
pregunta de esta niña de diez años ocupó mis pensamientos el resto del día.
Recuerdo que en ese preciso
momento no tuve más que un fuerte abrazo para aquella inocente que ama
profundamente a aquel viejo terco que no deja el alcohol y eso agrava cada día
más su enfermedad. Pues bien, pasado el momento emotivo empecé a buscar las
causas de aquella gran conclusión en tan pequeña niña.
Entonces empecé a ver allí
una falsa imagen de Dios que nos han inculcado. Un dios milagrero que de la
nada hace cosas: sana enfermedades, da dinero y concede cuanta locura se nos
ocurra pedirle; el mismo dios al que le pedían puntería en Medellín los
sicarios; Un dios que de amigo, cercano
y compañero de camino tiene más bien poco; un dios que funciona como una
máquina al que le pedimos y esperamos, ojalá en el menor tiempo posible, el
producto añorado y puesto bajo su gran poder.
Luego, recordé al Nazareno.
Vinieron a mi mente imágenes de Aquel Maestro incomprendido y maltrato por la
barbarie humana hasta la muerte, lo vi azotado, caminando con la cruz a cuestas
y perdonando a esos que lo habían colgado en el madero de la ignominia, siendo el más inocente de todos pues la razón
de sus acciones no fue más que el amor profundo por la humanidad.
Y entonces, comprendí cuánto
mal hacemos a la fe, a la esperanza y a la vida de los seres humanos cuando
hacemos de Dios un ser milagrero, lejano del todo al Dios de Jesús. Pareciera
que quisiéramos, a toda costa, desaparecer la condición limitada de esta
existencia temporal y material, que buscáramos no sufrir, no esperar, no
luchar… Así hacemos de dios un ser que rompe nuestros sueños e ilusiones,
porque no vemos resuelto como por arte de magia eso que es propio de nuestra
condición.
Retomando los últimos
momentos de Vida del Maestro, entonces Dios aparece no como un milagrero sino
como un Dios que movido por amor asumió lo que somos y desde allí nos
comprende, fortalece y acompaña. Esa era la certeza que tenía el Maestro en sus
últimas horas, sabía que no estaba solo, que su esperanza estaba puesta en
Aquel que nos ama sin medida y que llegado el momento haría su obra en él.
Así, Dios se convierte en
aquello que nos mostró Jesús: un Dios consciente de nuestra humanidad, de
nuestras limitaciones, de nuestras alegrías y tristezas y que en ellas se hace
presente para señalarnos el camino y hacer su obra entre nosotros. Esta certeza
es la que mueve a los que sufren hambre, pobreza, injusticia y enfermedad a
seguir adelante, a dar sus luchas por cambiar su situación seguros de que el
Dios de la Vida está ahí con y para ellos.
“Dios escribe derecho en
renglones torcidos”…
EQUIPO ORIENTACIÓN
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