Diariamente
nos encontramos en los periódicos y demás medios de comunicación con titulares de realidades crueles, infames y
desastrosas, tanto así, que desatan en no pocos una reacción de indignación y
desagrado que se refleja en expresiones concretas que exigen justicia,
igualdad, respeto, tolerancia, comprensión y demás voces que no pasan de ser
más que eso, voces, expresiones, gestos… Y es precisamente ahí donde nuestras
opciones y sentimientos quedan cortos, sesgados, suspendidos en el más profundo
letargo de nuestra coherencia.
A tod@s nos
duele ver niñas y niños en la calle, explotados, maltratados, con la niñez
mutilada; nos duele ver seres humanos sumidos en vicios, echados a la calle
como si fuesen seres humanos de segunda, seres “desechables”; nos duele la
muerte de este o del otro, nos duele saber que haya gente que sufre hambre,
frío, sed, que pasa necesidad; nos duele saber que las lluvias acabaron con las
viviendas de cientos de personas, nos duelen muchas cosas, nos duele que a los
otros les duela, porque sí, porque son seres humanos, porque nadie los escucha,
porque nadie los ayuda, porque no tienen a nadie, porque “pobrecitos”, y ya.
Entonces, hasta ahí llega toda nuestra indignación, toda nuestro sentir,
“Pobrecitos.”
Y los
“pobrecitos”, siguen sumidos en su pobreza, en su humillación, en su
analfabetismo, en su hambre, en su sed, en su frío, en sus problemas, en sus
vicios, en su muerte, y la vida sigue igual para ellos y para nosotros,
atiborrados de tanta indignación.
En verdad
que estamos lejos de ser coherentes, en verdad que estamos lejos de ayudarle a
Dios a recrear el mundo, es decir, a hacerlo un mejor vividero para tod@s, para
los que estamos y para los que vendrán.
Pero y
entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos con nuestra incoherencia? ¿Nos quedamos
con la quejadera de quien escribe hoy estas líneas? No, no podemos quedarnos
“Stan By”. No podemos quedarnos inertes ante tanta destrucción y muerte. No
podemos quedarnos esperando a que nos digan qué hacer y cómo hacerlo, tenemos
que hacer algo como humanidad, desde lo individual hasta lo colectivo, si en
verdad nos duele y nos indigna la situación de los otros, si en verdad el mundo
queremos cambiar.
No voy a
caer en el error de dar respuestas o de sugerir recetas, porque inmediatamente estaría
coartando la acción que el Espíritu de Dios suscita e inspira de manera
creativa en cada uno de nosotros. Simplemente, quiero invitarlos a recordar que
no sólo los cristianos sino la humanidad toda, tenemos un legado invaluable de
vida, amor, justicia, verdad y transformación, Jesús de Nazaret, a quien
durante todo el Evangelio, pero de modo particular hoy, cuando releemos el
relato conocido como la multiplicación de los panes, vemos respondiendo de
manera eficaz y coherente a las necesidades del ser humano. En Él, las opciones
no se tratan de mero palabrerío y de frases demagógicas sino de acciones
concretas de perdón, de dignificación, de liberación y de transformación de
toda la humanidad, empezando por los más desvalidos y excluidos en este sistema
político abusador y criminal.
Hoy, Jesús
nos invita a todos no sólo a sentir con los otros sus dolores, angustias y
necesidades, sino a responderles con la diligencia de nuestra solidaridad,
compartir y amistad sinceras, liberadoras y transformadoras.
Intentemos
pasar del fatal “Pobrecito” al acompañamiento sincero y desinteresado de
nuestros hermanos que más sufren.