Desde el
mismo momento de nuestra concepción e independiente de lo oscuro o claro del
panorama somos seres llamados a la vida y para la vida.
Nadie nace por casualidad; el
azar y las circunstancias serán cosas de las personas, pero la vida es cosa de
Dios porque Él nos concibe primero en su pensamiento y en su ser, y nos regala
la posibilidad de existir y participar de su proyecto de recrear el mundo todos
los días y a todas horas. Somos hechura suya y Él nos hizo co41mo si cada uno
fuese el único hombre o mujer del mundo. Nos hizo “en serio” no “en serie”, y nos
ama personalmente porque no hay humanos repetidos, porque tú, amigo lector, y
yo somos seres únicos e irrepetibles.
No sólo
somos llamados a la vida y para la vida sino que ella –la vida- nos rodea y nos
abraza desde el amor que experimentamos como protección en el vientre y el
regazo de nuestra madre hasta el que percibimos en la cercanía, y solidaridad
de los nuestros en los últimos días de existencia.
Nos rodea porque vive en todo cuanto
encontramos a diario, en el sol que ilumina cada nuevo día, en el agua que nos
refresca y nos prepara para las tareas diarias, en nuestros seres queridos, en
nuestras mascotas, en el aire que no paramos de respirar, aunque estemos
dormidos, en los árboles que nos dan sombra y nos proveen de un mejor ambiente,
en fin, nuestro encuentro con la vida es constante, eterno…
Somos seres
llamados a la vida y para la vida, pero poco a poco hemos ido perdiendo el
sentido y el valor de esta, la hemos envilecido, despreciado, destruido, pervertido
y menospreciado cada día más, cuando optamos por los caminos de la destrucción
y de la muerte o simplemente cuando optamos por un silencio cómplice frente a
las estructuras, instituciones y personas que promueven y ejecutan iniciativas en
contra de la vida en cualquiera de sus manifestaciones.
La verdad,
no hace falta que vayamos muy lejos para descubrirnos inmersos en tal realidad.
Hace apenas un par de días en la localidad de Engativá, un joven de 19 años, Andrés
Felipe Gómez Rivera, murió luego de recibir una golpiza por parte de varios
ciudadanos que habrían querido tomar la justicia por sus manos. Esto, sólo por
citar uno de los miles de casos de violencia, dolor y muerte que a diario
vivimos, y sin hacer mención de millones de actos de abuso y barbarie que se
cometen en contra de la Madre Tierra y de cada uno de los demás seres –no
humanos- que cohabitan en ella.
La cultura de la muerte se nos adelantó, se nos impuso, y
nosotros hemos permitido, estupefactos e inertes que avance a pasos agigantados
en nuestra mente, corazón, y sociedad.
Hoy, Jesús
nos recuerda que somos discípulos suyos, que nos ha amado, pensado, escogido y
llamado a la vida y para la vida; y ser discípulo de Jesús no es más que vivir
y dejar vivir, ser agentes de la vida, la justicia, el amor, la paz, la verdad
y todo aquello que nos conduce por la senda de la vida, y por ende, nos aleja
de las estructuras de la muerte.
De nuestras
actitudes depende si en el futuro próximo o lejano Reina la Vida o reina la
muerte porque en los planes de Dios cada uno de nosotros es querido, cada uno
es amado, cada uno es necesario.
“No nos
cansemos de predicar el amor. Sí, ésta es la fuerza que vencerá al mundo.”
EQUIPO ORIENTACIÓN
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