Desde los inicios de la civilización las sociedades han estado
constituidas de forma piramidal, es decir, unos encima de otros y así
sucesivamente hasta llegar a la cabeza visible. Tan marcada es esta tendencia que
la mayoría de las personas hemos nacido en sociedades subyugadas donde el poder
se concentra en unos pocos y donde para acceder a lo mínimo básico hay que ir
como mendigos de un lado a otro, a veces, muriendo en el intento por
conseguirlo.
Hemos sido criados con conciencia de oprimidos, de gente a la
que le toca rogar por lo que legítimamente le pertenece… Somos una sociedad
acostumbrada a mirar hacia arriba, a ver a qué hora caen las migajas de la mesa
de los poderosos…
Hemos sido criados en una sociedad que no cree en sí misma
sino que sigue esperando que los poderosos nos arreglen la existencia.
Hemos nacido en una sociedad sometida a la voluntad de los
otros, y en la que nos han enseñado a mirar con reverencia y ceremonia a
nuestros padres, a nuestros mayores, a nuestros líderes sociales, políticos y
religiosos, incluso hasta al mismo Dios
a quienes dirigimos más que plegarias, súplicas servilistas y rastreras con el
afán de conseguir algún favor.
Lastimosamente, esa mentalidad destructiva no se puede cambiar
de la noche a la mañana. Muestra de ello es que cualquiera que se atreva a
cuestionar mínimamente las condiciones de este sistema, es fácilmente eliminado,
incluso muchas veces, con la venia de los mismos oprimidos. Muestra de ello es
también que llevemos siglos enteros de lucha y aun no tengamos sociedades
igualitarias, justas y por ende pacíficas.
Tal vez el problema no es, necesariamente, la consciencia
colectiva sino la consciencia individual – personal la que debamos moldear con
apertura, diálogo y ánimo. Para ello, proponemos desde la fe volver a mirar
hacia Jesús de Nazaret, él es el Maestro de la vida, él nos enseña
verdaderamente cómo deben ser nuestras relaciones con el poder, para en verdad
poder hacer esta transformación que tanto necesitamos. Jesús, con el pasaje de
la transfiguración, nos enseña hoy a mirar las cosas desde arriba, desde la
montaña, desde el puesto de quien dirige, de quien sabe qué hacer. Es Jesús
quien humaniza nuestras relaciones, quien transformó nuestras relaciones con
Dios, quien nos enseñó a verlo no como un poderoso Jerarca que se sirve de
nuestra pleitesía y miedo sino como un Padre fiel y lleno de ternura con cada
uno de sus hijos e hijas.
Este puede ser un buen comienzo no sólo en la interpretación
del pasaje de la transfiguración de Jesús, sino en el ejercicio de repensarnos
y replantear así nuestra forma de interactuar con el mundo, una que no se basa
en la reverencia y la ceremonia que podamos dirigir a los “dueños del mundo”
sino en el amor que dignifica a cada persona y humaniza las relaciones entre
los hombres.
Puede que al ser testigos de esta transfiguración de la
existencia podamos ser más asertivos en los procesos que emprendamos con el fin
de transfigurar las relaciones humanas y así transfigurar este mundo tan
desfigurado por la inseguridad y la desconfianza.
EQUIPO ORIENTACIÓN...
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