domingo, 10 de mayo de 2015

Celebra la vida reflexionando

“Yo no puedo ser la dueña del mundo, pero sí la hija del dueño y por eso lo merezco todo, merezco lo mejor…” En alguna parte de este mundo y de la voz de una mujer, escuché alguna vez esta frase que si bien tiene algo de cierto, también está cargada de ese sentimiento de  arrogancia y arribismo que habita en el corazón y la vida de no pocos creyentes que en la línea Calvinista aducen que la bendición divina se expresa en la adquisición o tenencia de bienes materiales en abundancia, luego quien tiene mucho y gasta mucho es porque dios lo ha “Bendecido” de una manera descomunal porque ha sido una persona generosa, buena, amable, misericordiosa, en fin, un mar de bondades… Y quien no tiene nada termina –como siempre- señalado de maldito, reo y pecador, “porque algo debe haber hecho para estar así.”

Y entonces, ¿cómo es posible que si todos somos hijos del dueño del mundo, unos tengan más y otros tengan menos? ¿Acaso Dios se contradice? ¿Es que acaso Dios hace acepciones? ¿Es que acaso Dios tiene un amor condicionado? ¿No será esta manera de entender, una burla de lo que Dios quiere verdaderamente? ¿No será que esta manera de comprender la bendición de Dios, y a Dios  mismo, en vez de unirnos nos separa de él y de la comunidad en cuanto que lo que privilegia son las rencillas y los descontentos?

Pues bien, es una realidad que todas y todos somos hijos de Dios, pertenecemos a su pueblo, pueblo conformado por todas las religiones y hasta por quienes no se adhieren a ninguna. Y si todas y todos somos hijos de Dios, Hermanos y amigos de Jesucristo, pues es a todas y a todos los que Dios bendice con su amor, compañía, misericordia, perdón, bondad, alegría, paz y demás dones y carismas que hacen nuestra vida más digna y más feliz. Luego, mal hacemos al reducir la acción de Dios a la mera consecución de bienes materiales.

Parece ser que detrás de ese: “Yo soy hij@ del dueño del mundo…” no hay nada más que un mero afán egoísta. Es que de repente nos llenamos de ese sentimiento filial, es decir, nos acordamos de ser hijos de Dios sólo para reclamar, pero a lo mejor no nos acordamos de esta realidad cuando se trata de ayudar a alguno de nuestros hermanos que sufren o de comprometernos aunque sea un poquito con su proyecto de un mundo más justo y más humano.

Entonces, ¿Para qué ser hijo de Dios? ¿Para exigirle? ¿Para amarle? ¿Para extorsionarle? ¿Para caminar con él con todo y lo que venga?

Queda claro con las lecturas de esta liturgia Dominical que “Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.” Es decir, a Dios no le importa lo que hagamos por complacerle, a Dios no le interesan tanto nuestras exigencias, sino si en conciencia nos comportamos o no como sus hijos. No para bendecirnos o maldecirnos porque Él siempre nos bendice sino para saber –supongo, tomándome el atrevimiento de pensar por Él- con quienes cuenta para realizar su obra y con quienes aún no para seguirlos llamando e invitando.

Dios es un ser de infinito amor que siempre nos llama y nos espera, Él nos muestra el camino para hacer de nuestro entorno un lugar más habitable, más justo, más feliz, Él nos inspira, nos llama amigos, nos llama hijos, ¿estamos verdaderamente dispuestos a vivir como hijas e hijos de Dios en un mundo que prefiere manipularlo todo –hasta a Dios mismo- en favor de los intereses de unos pocos?

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.”

EQUIPO ORIENTACIÓN 

1 comentario:

  1. Excelente!!!!.... Tan solo ha de entenderse que el Maestro de Nazareth nos dejó ese gran legado, ese noble sentimiento llamado AMOR. Pero no un amor como el que expresamos nosotros: Amor placentero, de satisfacción sino un AMOR SUBLIME, INCONDICIONAL. Por eso nos manda a amar a los demás como EL nos ama y poco entendemos de esto. No comprendemos la misericordia de ese PADRE CELESTIAL, que nos ama tanto que envió a su único Hijo para que nos redimiera. Los habitantes de esta tierra somos tan pobres que no tenemos sino bienes materiales y lo más triste es que creemos que todo eso lo manda DIOS como premio a las supuestas buenas obras que hacemos, las que vivimos pregonando para que nos sean reconocidas y nos señalen como personas de caridad. Solo le pido al Todopoderoso, toque el corazón de cada uno de nosotros, que nos ayude a desprendernos de todo lo material y que haga crecer en nosotros las bendiciones que a diario nos regala, esos dones y talentos que nos entregó y que nos amemos como hermanos, de corazón para aportar un granito de arena en la construcción de un mundo lleno de paz

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