“No
hay paz sin Justicia Social.” Reza un letrero en alguna calle de la ciudad.
Y es
verdad, parece ser que la antesala de la paz es la justicia. Por lo menos eso
es lo que pide todo el mundo: Piden justicia las víctimas de la violencia, los
desplazados, los profesores, los médicos, los transportadores, los campesinos,
los que se quedaron sin casa, sin dónde sembrar una mata, los estudiantes, en
fin la justicia viene siendo el clamor popular de tod@s aquell@s que alguna vez nos hemos sentido atropellados
por otros con más poder que nosotros.
Pero,
¿qué clase de justicia estamos pidiendo?
Escuchamos
por radio, por televisión, a veces en vivo o leemos por el periódico la
cantidad de abominaciones, violencias y malos tratos que se cometen a diario,
al tiempo que el pedido unánime es justicia: “¡Quiero que me devuelvan!”
“¡Quiero que me entreguen!” “¡Quiero que me digan!” “¡Quiero que paguen!”
“¡Quiero que les caiga todo el peso de la ley!” “¡Quiero que se pudran en la
cárcel!”
Entendemos
de esta forma la justicia como una manera de retribuir, reivindicar únicamente
los derechos de las víctimas, que seguirán siéndolo aun cuando se les indemnice
económicamente porque hasta donde el entendimiento me alcanza, no hay dinero
que valga para sanar las heridas causadas por la pérdida violenta de un ser querido o de los bienes
materiales, así como no alcanzaría el oro del mundo para llenar el vacío
existencial que deja los miles de desaparecidos o tan siquiera “pagar” por los
daños y perjuicios morales causados a cualquiera que sea víctima del odio y la
brutalidad humana.
Esta
justicia, así entendida y auspiciada por la propaganda y la verborrea de los
medios de comunicación sólo alimenta el odio colectivo y deja un vacío infinito
en las víctimas por cuanto nunca ni de ninguna manera se ve satisfecha en su
implacabilidad.
Justicia,
sí, pero la que propuso Cristo Clavado en la Cruz perdonando a sus verdugos, la
misma de la que hizo uso durante toda su vida; sólo por citar, cuando
reivindicó a la mujer adúltera, cuando fue a casa de Zaqueo, cuando visitaba a
los publicanos no sólo para señalarles sus errores sino para invitarlos a ser
constructores de su Reino, cuando fue detrás de un Centurión a curar a su
siervo, en fin, tantas historias de Jesús en donde lo vimos reivindicando,
restaurando no sólo a las víctimas sino a los victimarios…
El
tiempo pasa, corre sin detenerse, todo cambia, todo pasa, pero no pasa la
perversidad de aquellos que llenos de odio manipulan la conciencia de las
víctimas para no dejar apagar la llama de la violencia, aquellos que en nombre
de la justicia y de la paz, buscan la manera de hacer sufrir a los otros en
igual o peor magnitud, las persecuciones y vejaciones con que fueron tratados.
NO, de eso no se trata, dijo el Nazareno Clavado en la Cruz: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”, el mismo
que hoy como hace veinte siglos dio a sus seguidores la tarea de perdonar los
pecados, los ajenos y los propios porque por más justos que intentemos ser
también tenemos nuestros deslices e imperfecciones.
Hoy,
no es retribución sino restauración lo que nos pide el Espíritu que Cristo
sopló sobre nosotros. Es la restauración de la persona de las víctimas como de
los victimarios lo que hace que la justicia sea verdadera y, para ello, hay que
emprender serios procesos de perdón no desde la farándula de la prensa, sino
desde lo más profundo de nuestro corazón, y que se expresen en acciones concretas,
serias y comprometidas en la transformación de nuestro entorno y de nuestra
historia.
“Como
el Padre me ha enviado, así también los envío yo. Reciban el Espíritu Santo…”
EQUIPO ORIENTACIÓN se une a la alegría del pueblo
salvadoreño y a la de todos aquellos en quienes late la palabra y obra de
Monseñor Oscar Romero. Consideramos que es un acto de justicia y de
reconocimiento a la entrega total del “profeta de pecho herido siervo de la luz
quemante”. Llamado beato Monseñor Romero seguirá resucitando en muchos rincones
de la tierra en todos aquellos que se animen a soñar y construir “otro mundo
posible”.
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