El amor infinito que nos tiene Dios y que nos ha demostrado
en la persona de Jesucristo, no es propiedad de ninguna Iglesia o grupo
religioso. Es propiedad de la humanidad entera ávida de grandes
transformaciones que sólo serán realidad cuando nos dejemos tocar por ese amor
grande de Dios hacia nosotr@s y empecemos a humanizar desde nuestros
sentimientos hasta nuestros actos.
Antes de continuar preguntémonos, ¿qué alimenta nuestra vida?
Y en ese sentido, saldrán muchos interrogantes más. Sólo por citar algunos:
¿Qué alimenta nuestra mente? ¿Qué alimenta nuestro corazón? ¿Qué alimenta
nuestra fe? ¿Qué alimenta nuestra esperanza? ¿Qué alimenta nuestro proyecto de
vida?
De alimento material nutrimos nuestro
cuerpo, ese instrumento a través del cual podemos hacernos visibles en un mundo
que nos masifica y reduce, pero, ¿de qué nutrimos nuestra existencia? – Es
decir, nuestra manera de ser y hacer en el mundo.- ¿Qué es lo que
verdaderamente nos mueve a ser lo que
somos y a actuar como actuamos? ¿Será acaso, el egoísmo? ¿La soberbia? ¿La
autosuficiencia? ¿El rencor? ¿El miedo? ¿La ambición? ¿Será acaso, la alegría?
¿La solidaridad? ¿La humildad? ¿La misericordia? ¿La valentía? ¿El amor? No sé.
Cada cual tendrá que realizar su examen de conciencia, enfrentarse a sus
propios demonios y buscar la manera, si quiere, de hacer de su vida la
oportunidad única de ser feliz.
Tal vez por pena, por desconocimiento o
por rechazo, muy pocos dirán, que su vida se alimenta de Jesucristo, y sus
razones tendrán para hacerlo, sin embargo, y sin el ánimo de generar
controversias o rencillas anotaré que conozco seres humanos a quienes no les
queda grande el título de creyentes, por cuanto se desviven en amor y todos sus
frutos por sus semejantes. Esos, que a diario, y a pesar de lo turbio de las
circunstancias sienten con los otros, se preocupan por los otros, luchan por su
dignidad al lado de los otros y dan hasta la vida por los otros.
A través del relato Bíblico de hoy, el
Dios de la vida nos hace la invitación a
dejarnos permear por su amor y a dar en comunidad los frutos que este produce,
tal y como lo hizo Jesús, porque para ser su discípulo y hacer el bien no se
necesita pertenecer a un grupo humano específico, ni a una religión o partido
político en particular a cuyo nombre se anoten los créditos de la buenas obras,
sino dejarse tocar, de verdad, por su amor infinito ese que se da para todos,
que es patrimonio de todos, que da sentido a la vida de todos, y que por eso
nos compete vivirlo a todos, empezando por la persona de cada uno y hasta
expandirse a todos…
“Dime de qué alimentas tu existencia y
te diré quién eres…”
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