De muchas maneras la historia nos habla; a
través de las revoluciones de los hombres y las de Dios
nos ha enseñado que el mundo es un lugar diverso, que no es a blanco y negro
sino multicolor en donde coexisten las culturas, las razas, las
religiones, los sexos, las ideas, las maneras, las formas, en fin…
No en vano, muchos de nuestros congéneres, en
las distintas etapas de la historia se han abanderado en la lucha por la
defensa de la vida, de la diversidad y del legítimo derecho que tenemos todos
de pensar, creer, sentir, hacer y decir según dicte nuestra consciencia.
Que el mundo sea diverso, no es sólo querer o
capricho humano, es el querer de un Dios que pensó en los sexos, que creó otras
formas de vida fuera de lo humano, que confundió la lengua de los hombres y las
mujeres en Babel, que no le gustan los sistemas injustos, esclavizantes y
represivos, que ama la justicia tanto como a los débiles y que se hizo hombre
para acompañarlos realizando en ellos el milagro de la vida, del compartir, de
la solidaridad, del amor, de la comunidad.
Hablamos concretamente de Jesús, aquel
Nazareno que nos mostró el verdadero rostro del Padre Dios, tantas veces
ausente, oscurecido y empañado en la historia de nuestros pueblos.
Jesús, el que nació en un pesebre, el que
creció entre los pobres de su época, el amigo de los pequeños, los marginados,
los enfermos y los pecadores, el que hizo tanto bien, el que lavó los pies de
sus discípulos, el que supo asumir con valentía las consecuencias de su opción
de vida, el que perdonó siempre, aun a quienes sin remordimiento alguno lo
condenaron y gozaron con la ignominia de su muerte: -“Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen”-. En resumen, aquel que con su vida y su palabra nos
enseñó que la salvación –felicidad- no está sujeta a la obediencia y sumisión de
un conjunto de normas amañadas, que pesan sobre
los hombros de mujeres y hombres, y que en vez de redimirlos y dignificarlos
terminan por hacer de la vida un evento monótono, infeliz,
sino a la capacidad de abrir nuestra existencia al amor que nos re-crea en
nuestra humanidad y renueva cada día nuestras fuerzas en la construcción de
“ese otro mundo posible” del cual todos somos potencialmente obreros.
De Jesús se podrán decir muchas cosas, y
entre tantas, habrá quienes quieran quedarse con su faceta meramente humana,
así como habrá quienes se queden sólo con lo divino, y ambos tendrán razón
puesto que lo más divino de Jesús es su humanidad y lo más humano de Jesús es
que siendo Dios haya querido compartir nuestra condición. Jesús es el
complemento de estas dos realidades separadas caprichosamente tantas veces.
En Jesús, podremos encontrar un ser
justiciero o un amigo, alguien solidario con las causas nobles de la humanidad
o un ser pasivo, inerte, indiferente; alguien a quien debemos tributo en
sacrificio y mortificaciones o alguien que prefiere la sinceridad de nuestros
actos porque verdaderamente nos ama y nos conoce. Depende de nuestra mirada, de nuestra historia, de donde estemos
parados… Por eso, comprender al Nazareno no puede hacerse desde dogmas,
imposiciones, sino desde el encuentro con Él, desde la criticidad, desde la
razón y el corazón.
En este asunto de comprender a Jesús, el
Evangelio de este domingo nos interpela presentándonos un personaje, por tantos
años, estigmatizado y señalado de prevenido e incrédulo, Tomás.
Pues bien, ¿no será este Tomás la forma como
el Dios de la vida cuestiona nuestra tolerancia hacia las otras maneras de
creer? ¿Será Tomás no un discípulo incrédulo sino el prototipo del creyente
crítico, es decir, aquel que busca siempre más y más razones que sustenten lo
que cree y re-creen su manera de hacer perceptible al Señor Resucitado en el
mundo de hoy?
“Enséñame
a conocerte, ¡oh mi buen Jesús!
Enséñame
a vivirte, ¡oh mi buen Jesús!
Enséñame
a predicarte, que tu voz sea mi voz y tu aliento, mi existencia, ¡oh mi buen
Jesús!
EQUIPO ORIENTACIÓN
:)
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