Infinidad
de creyentes se estremecerán y hasta se humedecerán los ojos de algunos al
participar de los actos litúrgicos de hoy y recordar la ignominiosa e injusta
pasión del Maestro de la Vida. La indignación
se apodera de muchos cuando recuerdan estos acontecimientos y, una y
otra vez ronda el cuestionamiento sobre, ¿Cómo es posible que una persona tan
buena –como lo fue Jesús- haya sido víctima de tanta injusticia y atropello?
Ciertamente,
Jesús es una persona sin tacha, a la cual de pronto no conocemos mucho, pero sí
defendemos con alma, vida y corazón.
De
Jesús sabemos que es el hijo de Dios y, por tanto, el rostro amoroso del Padre
Eterno que pasó por este mundo haciendo la voluntad de Dios, es decir,
devolviendo la vista a los ciegos, el oído a los sordos, la voz a los mudos, la
movilidad a los impedidos; en fin, un Dios solidario con el sufrimiento humano,
incapaz de comulgar con la injusticia, la violencia, la exclusión, un Dios que
levanta al caído, que valora a la mujer, que dignifica y que acoge con ternura
liberadora. Por esto y por muchas otras experiencias amamos a Jesús, lo
defendemos y le seguimos. Pues bien, todo eso que nos conduce a amar a Jesús de
tal manera fue lo que a las autoridades y al poder social, político, económico
y religioso de su tiempo le incomodó hasta el punto de querer eliminarlo por
representar una amenaza mayúscula al orden establecido.
Más
de dos mil años han transcurrido desde entonces, y hoy, aun cuando existe
cantidad de iglesias que profesan su nombre y los avances de la tecnología nos
han dado a conocer infinidad de datos sobre la vida de Jesús, nos ha quedado
difícil comprender que la voluntad de Dios no es el sufrimiento ni la muerte de
ninguno de sus hijos sino el Reinado de la Vida y que en cada persona que
reclama sus derechos, que pide ayuda, que levanta su voz de protesta, que
humaniza su forma de ver, juzgar y actuar, que quiere liberarse de sus vicios,
de las cadenas que lo atan al conformismo, a la muerte; que en cada una de las
personas que ama la vida, que la promueven, que la defienden no son “locos”, “malos”, “amorales” o un peligro
para la sociedad en la que se
encuentran sino que es Jesús mismo quien está en la primera línea de lucha. En ellos
y ellas se hace presente el Maestro de la Vida que sigue dándose por amor, que
sigue muriendo, que sigue gastando su vida por el bienestar de los otros.
Hemos
separado la fe de la vida, y en ese sentido nos hemos quedado con un Jesús
parcializado, un Jesús milagrero, farandulero, paternalista, benefactor de los
buenos y vengador con los malos, al cual tenemos que cumplirle una sarta de
normas y preceptos morales para mantener contento… Tristemente, hemos olvidado
aquella faceta del Nazareno en donde se nos mostró humano y solidario con el
dolor y el sufrimiento humano, un Dios que nos conoce, nos escucha, nos
comprende, nos abraza y camina a nuestro lado… Tristemente, nos conmueve un
crucificado de hace veinte siglos, pero no nos impresiona la cantidad de
excluidos y crucificados en nuestro tiempo y en nuestro entorno; es más, muchas
veces hasta justificamos la exclusión y crucifixión de estos “Jesuses” de hoy.
Qué
esta conmemoración del Dios incapaz de retractarse de todo el amor que profesa
por la humanidad, cuestione nuestras opciones y acciones frente a los
crucificados de nuestro tiempo, que no necesitan necesariamente que les demos
el pescado o que les enseñemos a pescar sino que los acojamos, los escuchemos y
caminemos a su lado.
EQUIPO ORIENTACIÓN.
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