¿Qué acaso, la
solidaridad, el compartir, la amistad, la misericordia, el amor y todos esos
valores del Evangelio son sólo el vago recuerdo de un momento maravilloso de la
historia, que vale la pena recordar, pero no vivir?
¿A qué hora nos ganó
el desaliento o la fidelidad perezosa nos hizo declinar en la vivencia de estos
actos humanos que engrandecen y promocionan la vida de todas y todos?
¿No será que ante
tanto desorden establecido, ante tanta corrupción, injusticia, mentira, muerte
y desintegración social que nos circunda y de la que tanto nos quejamos la
vivencia de los valores del Evangelio puede ser parte de la solución?
Si bien es cierto
que Jesús nunca dio cátedra de ética y valores, nunca utilizó la expresión
“valores humanos” o algo parecido, nunca escribió un libro acerca de la forma
como debíamos vivir, sí nos dio, con su vida, mucha orientación sobre el cómo
de nuestras relaciones humanas, que registran de manera magistral y ordenada
los Evangelios que tenemos el agrado y el privilegio de leer, escuchar y
reflexionar cada vez que queremos…
Si bien Jesús tal
vez nunca quiso dejarnos un itinerario que a manera de manual de
convivencia guiara nuestro
comportamiento, sí nos dejó mucha vida suya que al conocer nos inspira, nos
motiva y nos impulsa a vivir no a nuestra manera sino a la suya.
Fue la vida de ese
Jesús de Nazaret la que inspiró en antiguo a sus discípulos a llevar esta Buena
Noticia de pueblo en pueblo y de generación en generación hasta hacerla llegar
a nosotros, puede que no tan intacta, pero sí lo suficientemente nítida como
para que aun muevan el esqueleto de no pocas personas que añoran transformar el
mundo y prefieren para ello la
revolución del amor propuesta por el Nazareno a la fuerza de las armas que
aplasta, y que genera violencia y destrucción a su paso.
Hoy, en este domingo
segundo de pascua, lo contemplamos no sólo resucitado sino comprensivo y
misericordioso para con la humanidad de Tomás, su discípulo y en él para con la
humanidad de tantos que quieren ser fieles a su propuesta pero que no alcanzan
a percibir y palpar las llagas se sus manos, de sus pies y su costado que
siguen sangrando en tantos otros que sufren los rigores de la violencia, la
injusticia, el hambre y la falta de solidaridad de sus hermanos que tienen cómo
ayudarles.
Vale rescatar hoy la
actitud tanto de Tomás como de Jesús. La del primero que no es incrédulo, sino
que quiere ser fiel pero prefiere cerciorarse de que se trata del mismo Jesús
que había caminado a su lado; que quiere vivirlo pero prefiere tener su propia
experiencia del Resucitado; que quiere seguirlo pero prefiere ser concreto, ir
a las señales del martirio, sus llagas, las cuales le señalan que es el que es
y no es otro…
La del segundo, que
ofrece la paz, y que envía a sus discípulos a ser emisarios de la misericordia,
pero que sobretodo practica la misericordia con aquel que no ha estado allí y
ha tenido una reacción diferente frente a su aparición… No se impone, comprende
y orienta…
Dos personas, dos
protagonistas de esta historia, dos formas que nos inspiran a seguir de manera
concreta los pasos de aquel que sin querer ha dado a la humanidad la lección de
vida más grande: “Ámense los unos a los otros como YO los he amado.”
Ojalá seamos capaces
de concretizar nuestra creencia y vayamos directamente a las llagas de Jesús,
aquellas que sangran en cada contemporáneo nuestro que sufre, que se desespera
y que llora, y busquemos la manera de ser alivio y remedio para cada una de
ellas.
EQUIPO ORIENTACIÓN
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